Escucho el tictoc de algún reloj de esta casa, pero el que está en la sala no tiene segundero. El sonido viene acompañado de los ronquidos de mi suegra en su cuarto y la respiración profunda de mi novio en la sala.
Me encuentro en su cuarto, ya no tengo necesidad de estar revolviendo sus intimidades hasta encontrar un motivo para enojarme, ya tuve mi oportunidad de romper la foto de su cartera roja escondida en una caja de recuerdos.
Hay por ahí, en el lado izquierdo de mi corazón, una bóveda secreta en donde almaceno razones para vivir enojada, completamente gratis.
Es heredado, fue pulido a mano, no estoy segura, pero es algo que sé que existe y que solamente me sirve para amargar y cuestionarme si merezco ser feliz.
Quisiera que me bastara, sentirme querida y aceptada, pero siempre algo duele, hay un resentimiento prevalente, una pesadilla recurrente, con aquellos dientes chuecos y lunares en la frente que me retuerce el estómago cuando creo estar bien.
También están estos momentos de felicidad, donde apuesto a que todo estará bien, que estoy donde debo de estar, entre risas y abrazos, las manos calientes y besos en la frente...
Aunque haya vestigios de lo que alguna vez fue, como una calcomanía en la puerta del baño de algún bar... Yo estuve aquí primero.
Tantas cosas por resolver, y solo soy yo, la persona que vive dentro de mi cabeza y la que administra la bodega anteriormente mencionada.
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